2016: Una odisea en la idiocia
Por Carla Faginas Cerezo. Publicado en el número 9 (noviembre 2016).
Hubo un tiempo, largo tiempo, en que España se caía a trozos mientras el resto del mundo occidental se recuperaba, poco a poco, de una de las crisis económicas más funestas de nuestros tiempos. Sucedió en aquellos días que buena parte de los miembros de mi generación, y también de otras, soñábamos con la emigración como Moisés lo hacía con la Tierra Prometida. Fuera, pensábamos, las cosas estaban yendo mucho mejor: había trabajo, los salarios no rozaban el insulto, se incentivaba la natalidad y los gobiernos no escatimaban en aspectos como la sanidad o la educación. Más allá de los Pirineos estaba —o eso creíamos— el edén del siglo XXI. Un chollazo.
Muchos fueron los que se echaron la mochila al hombro y se instalaron fuera de nuestras fronteras con la idea de regresar a la tierra patria cuando se calmasen las aguas. Mientras tanto, los que decidimos quedarnos conocimos una de las épocas más convulsas de la historia de España: mayoría absoluta del Partido Popular, recortes hiperbólicos, irrupción de nuevas fuerzas en el panorama político, incontables escándalos de corrupción, ruptura del bipartidismo, repetición de elecciones y una crisis cuyo ocaso no llegaba jamás. Por otra parte, el clima internacional, algo más enrarecido que en años anteriores, parecía estar contagiándose en cierto grado de nuestra realidad, si bien la situación no parecía alarmante.
Aquella extraña atmósfera fue, sin embargo, a peor. Con el paso de los meses y el recrudecimiento de la guerra en Siria, el número de refugiados comenzó a crecer a un ritmo exponencial mientras la necesidad de reubicarlos se volvía cada vez más apremiante. Eso, entre otros factores, hizo crecer un rumor antiguo y terrible en Europa: la extrema derecha resurgía en casi todo el continente, con especial énfasis en regiones como Francia, Austria o Escandinavia.
Con todo, no fue hasta el año 2016 que la situación internacional alcanzó el nivel de idiocia generalizada. En el Reino Unido, la mayoría de la población votó a favor de la salida del país de la Unión Europea. El brexit, como se llamó después a esta determinación, sembró el germen del odio entre autóctonos y foráneos. En un país con un 4% de desempleo, la ministra del Interior, Amber Rudd, ha anunciado el endurecimiento de las condiciones para contratar trabajadores extranjeros con el fin de que solo aquellas labores que no puedan desempeñar ciudadanos británicos sean destinadas a personas de otras nacionalidades. Si a esto le sumamos que en Hungría el 95% de los votantes rechazaron, a través de un referéndum, que la Unión Europea pueda determinar las cuotas de refugiados sin el consentimiento del Parlamento, nos sale un combo de infarto.
Al otro lado del Atlántico las cosas no pintan mucho mejor. Por un lado, Donald Trump, el Berlusconi norteamericano, es, contra toda lógica, uno de los dos aspirantes a ocupar el despacho oval de la Casa Blanca. En una campaña basada en la xenofobia, el racismo, la mentira y el razonamiento más ramplón de que un ser humano es capaz, Trump se ha hecho con el apoyo del sector republicano y se postula como futuro presidente del país. Algo más al sur, en Colombia, la consulta sobre la paz entre el Gobierno de la nación y las FARC, que pondría fin a medio siglo de guerra civil, se ha cerrado con resultado negativo.
Haciendo un cómputo global, podría afirmarse sin miedo al equívoco que lo que estamos viviendo estos días se asemeja en cierto modo a un clima de preguerra. El miedo al intruso, que ya llevaba años macerándose en España, se extiende por todo el mundo ante la pasividad de propios y extraños, lo que supone para quien suscribe el mayor de los desasosiegos: que quizás no quede en el mundo un lugar mejor al que huir.
Muchos fueron los que se echaron la mochila al hombro y se instalaron fuera de nuestras fronteras con la idea de regresar a la tierra patria cuando se calmasen las aguas. Mientras tanto, los que decidimos quedarnos conocimos una de las épocas más convulsas de la historia de España: mayoría absoluta del Partido Popular, recortes hiperbólicos, irrupción de nuevas fuerzas en el panorama político, incontables escándalos de corrupción, ruptura del bipartidismo, repetición de elecciones y una crisis cuyo ocaso no llegaba jamás. Por otra parte, el clima internacional, algo más enrarecido que en años anteriores, parecía estar contagiándose en cierto grado de nuestra realidad, si bien la situación no parecía alarmante.
Aquella extraña atmósfera fue, sin embargo, a peor. Con el paso de los meses y el recrudecimiento de la guerra en Siria, el número de refugiados comenzó a crecer a un ritmo exponencial mientras la necesidad de reubicarlos se volvía cada vez más apremiante. Eso, entre otros factores, hizo crecer un rumor antiguo y terrible en Europa: la extrema derecha resurgía en casi todo el continente, con especial énfasis en regiones como Francia, Austria o Escandinavia.
Con todo, no fue hasta el año 2016 que la situación internacional alcanzó el nivel de idiocia generalizada. En el Reino Unido, la mayoría de la población votó a favor de la salida del país de la Unión Europea. El brexit, como se llamó después a esta determinación, sembró el germen del odio entre autóctonos y foráneos. En un país con un 4% de desempleo, la ministra del Interior, Amber Rudd, ha anunciado el endurecimiento de las condiciones para contratar trabajadores extranjeros con el fin de que solo aquellas labores que no puedan desempeñar ciudadanos británicos sean destinadas a personas de otras nacionalidades. Si a esto le sumamos que en Hungría el 95% de los votantes rechazaron, a través de un referéndum, que la Unión Europea pueda determinar las cuotas de refugiados sin el consentimiento del Parlamento, nos sale un combo de infarto.
Al otro lado del Atlántico las cosas no pintan mucho mejor. Por un lado, Donald Trump, el Berlusconi norteamericano, es, contra toda lógica, uno de los dos aspirantes a ocupar el despacho oval de la Casa Blanca. En una campaña basada en la xenofobia, el racismo, la mentira y el razonamiento más ramplón de que un ser humano es capaz, Trump se ha hecho con el apoyo del sector republicano y se postula como futuro presidente del país. Algo más al sur, en Colombia, la consulta sobre la paz entre el Gobierno de la nación y las FARC, que pondría fin a medio siglo de guerra civil, se ha cerrado con resultado negativo.
Haciendo un cómputo global, podría afirmarse sin miedo al equívoco que lo que estamos viviendo estos días se asemeja en cierto modo a un clima de preguerra. El miedo al intruso, que ya llevaba años macerándose en España, se extiende por todo el mundo ante la pasividad de propios y extraños, lo que supone para quien suscribe el mayor de los desasosiegos: que quizás no quede en el mundo un lugar mejor al que huir.